miércoles, 28 de marzo de 2018

Las obras incómodas en incómodos espacios

Nunca he sido una persona muy teatrera, pero en el último tiempo me he visto conquistada por el arte de la escena en vivo y en directo. Después de ver toda la realidad que se puede encerrar en un personaje ficticio, todo el trabajo que conlleva ser vía de sentimientos y cómo se dejan meramente los actores atravesar por ellos. Comprobar como se eriza la piel cuando sus miradas atraviesan tus membranas y sus palabras golpean tus más altos muros desafiando su consistencia. Hoy es el Día del Teatro, 27 de marzo, y quería dedicar una reflexión a este arte, por momentos olvidado.


Cogiendo el gusto al mundillo de las tablas he ido percibiendo una tendencia: en los teatros grandes abundan obras ligeras o comedietas y las inquietantes, revulsivas o más dramáticas quedan desplazadas a las salas más pequeñas. No es un desprestigio, ni para las funciones que se realizan en los teatros grandes, ni para esas salas llamadas pequeñas. Que nada es mejor ni peor, lo que quiero destacar es que los personajes incómodos son relegados a los incómodos espacios. Como queriendo ocultar toda esa verdad que reflejan, que cuentan, que desarrollan en sus historias dialogadas.

Podría citar verdaderas obras de arte que por el tema a tratar, violencia, sexo o género... entre otros. Desdoblados en violencia de género, relaciones afectivas poco convencionales, prácticas sexuales diferentes... Podríamos dar con un gran abanico de subtemas que a la sociedad de hoy en día, tan supuestamente progre le sigue chirriando y tacha de raro. De esta manera y sin tener que ver con la calidad del texto, de los actores o de la producción en sí, estos espectáculos en muchas ocasiones son defenestrados. Hay temas que siguen siendo tabú, nos cueste o no reconocerlo.

Un buen ejemplo es el éxito de las funciones de Peceras y otras tantas que se representan en la sala Membrives, la sala off, del Teatro Lara. Esta en concreto lleva reponiéndose seis temporadas, con lo que aunque remueva conciencias no estará tan mal, ¿verdad? Creo que los programadores de teatro pecan de creernos más simples de lo que somos o que a propósito quieren darnos pan y circo. Entro en estas dudas y creo en la resistencia que se prepara en esas barricadas en modestos escenarios.

El Teatro Pavón Kamikaze (Embajadores, 9), dentro de los espacios medianos, apuesta por una gran oferta escénica, mucha potencia en sus historias, con temas candentes, actores con mucha presencia y alto nivel interpretativo. De echo, ha recibido el premio Nacional de Teatro 2017 y actualmente tiene en cartel cositas como El tratamiento con Bárbara Lennie o El amante con Verónica Echegui.

Sin embargo, no sería justo olvidar producciones más que osadas en algunas de las salas principales de Madrid, tanto de titularidad pública como privada. El Teatro Abadía, como siempre, nos ha ofrecido varias propuestas excepcionales, como La ternura del gran Alfredo Sanzol, una comedia protagonizada por dos peculiares princesas que detestan a los hombres y quieren fundar una república femenina en una isla que suponen desierta...; Incendios en la que Mario Gas reunió a un reparto extraordinario capitaneado por Nuria Espert en una obra clave del siglo XXI o He nacido para verte sonreír, dirigida por Pablo Messiez, flamante ganador de varios Premios Max, entre sus excepcionales montajes.

El Teatro Valle Inclán nunca defrauda programando desde las creaciones más experimentales a otras encabezadas por un extraordinario reparto; pensamos en La cocina dirigida por Sergio Peris-Mencheta con un elenco heterogéneo formado por veintiséis intérpretes en un espacio concebido en 360 grados, en el que la imaginación, la magia, y el trabajo con los sentidos envolvía al espectador en una experiencia inolvidable. Imperdible también El sueño de una noche de verano, de los gallegos Voadora, que en clave contemporánea reinterpretan el clásico shakesperiano proponiendo a un Lisardo que, en este caso, es transexual.

El Fernando Fernández Gómez programó Solitudes, un magnífico teatro de máscaras en el que la tercera edad o la prostitución son algunos de los aspectos tratados; o André y Dorine, una montaña rusa de risas y llantos, que sin una sola palabra y con el poder de la máscara, camina entre el drama y la comedia, la vida y la muerte, el amor y el olvido.
Con todo, una de las estrellas de la temporada tuvo lugar en los Teatros del Canal: La obra Mount Olympus. To Glorify the Cult of Tragedy, en la que el director Jan Fabre intenta reconstruir la cara más oscura de la tragedia griega en una abrumadora puesta en escena que desató la polémica por sus continuas escenas sangrientas y bacanales de sexo explícito. También sorprendió Esto no es La casa de Bernarda Alba en la que nos hallamos ante la búsqueda de un discurso feminista radical que intenta viajar a la raíz al poner en boca de un reparto, únicamente formado por hombres actores y bailarines, las palabras de Federico García Lorca.


Y, por supuesto, el Teatro Español en el que prácticamente toda su programación cuelga el cartel de "no hay entradas" por la calidad de sus propuestas que no temen versionar a Buñuel con El ángel exterminador, dirigida por Blanca Portillo o adentrarse en la identidad sexual y de género como en Juguetes rotos. Y, actualmente, El lugar donde rezan las putas o Que lo dicho sea (esta última en la sala pequeña del teatro) han removido culos de sus asientos.

Salas más pequeñas están proliferando para sacar todo el mensaje que llevan los dramaturgos dentro, que ya está bien de callar, así siguieron los pasos de La Cuarta Pared (Ercilla, 17), que desde hace 25 años es una de las primeras en surgir para dar voz a la diversidad, multitud de espacios se han ido abriendo. La Casa de la Portera, que cerró tras tres años de intervención, el Teatro del Barrio (Zurita, 20, antigua la sala Triángulo), Nave 73 (Palos de la Frontera, 5), NueveNorte (Norte, 9) las Naves del Español del Matadero (Paseo de la Chopera, 14), DT Espacio Escénico (Reina, 9), La Escalera de Jocob (Lavapiés, 9), entre otras.

Más pequeñas todavía, también, de menor duración, tenemos las micro, que arrancaron con Microteatro por dinero (Loreto y Chicote, 9) y ya le han aparecido algunas imitaciones como El Esconditeatro (Estudios, 2). En estas salas además de disfrutar de un sketch de unos 20 minutos puedes tomarte algo antes, durante o después de la microfunción.

Así termino mi reflexión, dando puntos de luz a los que lo ven todo negro, a los que han dejado de creer en nuestra capacidad de reacción ante el sistema que nos está oprimiendo y retroalimentando hacia la estupidez humana que se deje manejar como un rebaño de cabras.


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